viernes, 27 de marzo de 2015

Vertedero y cáncer: ¿algo que ver?

DENUNCIA | EL ALARMANTE INFORME DE GREENPEACE


El vergel descrito en ’Platero y Yo’ es hoy un basurero, dicen, con polonio 210, la sustancia con la que fue envenenado el espía ruso Litvinenko. El periodista recorre este siniestro lugar de Huelva, la provincia con más casos de cáncer en España

«Como hemos venido a la capital, he querido que Platero vea el vergel...», Platero y Yo, Juan Ramón Jiménez.
«¡Ya puedes tirar esos zapatos! Pero no en la basura. Busca un cementerio nuclear que es donde debería estar toda esta tierra...». Me quedo clavado en el sitio ante la advertencia. Miro hacia abajo y veo mi calzado desnudo, sin las fundas protectoras con las que comencé la caminada. Ahora están completamente manchados de este polvo blanco y brillante que lo cubre todo. Ese polvo que cubre el vergel que el escritor quiso enseñar a su adorado burro...
Mis interlocutores -Francisco Ferreras, de Ecologistas en Acción, y Aurelio González, de Greenpeace- todavía no saben que el mono blanco que me han dejado para visitar el vertedero tiene la cremallera rota. No quiero alarmarles más. Ya evité ponerme los guantes con la excusa de que no podía escribir en mi libreta. Y hay que sacar las fotos.
«¿Estáis seguros de que es para tanto?», pregunto preocupado. Cuando se trata de protegerse de un enemigo invisible como la radiactividad, a menos de 200 metros de las casas donde la gente vive como si no pasara nada, con este paisaje lunar a nuestras espaldas y respirando a través de esta máscara, no queda menos que preguntarse si el mundo se ha vuelto definitivamente loco.
«Con diez minutos al día que pases aquí el riesgo de contraer un cáncer se multiplica por infinito. Esto es un cementerio radiactivo sin catalogar, donde los niños vienen a montar en bicicleta y los mayores a correr porque ni siquiera está vallado para no alarmar a la población. Estamos en el sitio más contaminado de España y, casi, de Europa Occidental», añade cáustico Aurelio.
Su contundencia verbal nos centra en la razón de nuestra visita a las marismas de Huelva. O, mejor dicho, a lo que queda de ellas. «Mira Platero como han puesto el río entre minas, el mal corazón y el padrastreo...». La semana pasada, expertos del laboratorio francés Criidad confirmaron en un informe elaborado para Greenpeace la «gravedad del problema radiactivo» generado por la empresa Fertiberia en las Marismas de Huelva, a causa de sus vertidos de fosfoyesos.
El responsable del laboratorio, Bruno Chareyon, advirtió de los riesgos que implica la presencia de sustancias cancerígenas como el polonio 210 -sustancia con la que fue envenenado el ex espía ruso Alexander Litvinenko-, el radón 222 o el radio 226. El informe del Criiad será enviado por Greenpeace al Parlamento Europeo, que tramita una queja registrada por esta organización sobre la lamentable situación que atraviesan las marismas.
De momento, la Comisión Europea ha iniciado una investigación. Y la vieja batalla entre ecologistas y las todopoderosas empresas químicas de la ciudad andaluza se ha recrudecido. Sobre todo desde que en el último mapa sobre la incidencia del cáncer en España -elaborado por el Instituto de Salud Carlos III-, Huelva aparece como la ciudad con más casos por habitante -un 10% en los hombres y un 6% en las mujeres-, con una incidencia hasta un 25% superior a la media nacional en los de pulmón. Sin embargo nadie ha establecido todavía la relación causa-efecto entre la contaminación y la enfermedad.
De la mano de los ecologistas accedemos a acompañarles en una medición con un contador geiger homologado. Fuera del vertedero, el aparato marca 0,015 milirems mientras que en el borde de la montaña de residuos sube hasta 0,750. «Esto es unas 60 veces más de lo máximo permitido. Y tenemos mediciones que duplican esa cantidad. Es una barbaridad. ¿Entiendes ahora porqué hemos venido con estos trajes?», explica el hombre desde el fondo de su máscara.
Milirems, fosfoyesos, radiación gamma, Polonio... Aun siendo conscientes de que, según nuestros guías, acabamos de someternos a una radiación brutal, la experiencia nos dice que por cada informe que una organización ecologista hace sobre una presunta contaminación -en este caso lo de presunta casi sobra- los gobiernos o empresas consiguen otros donde se demuestra todo lo contrario.

ESCÁNDALO

«Entonces, ¿quién nos dice la verdad?», se quejaba con razón Charo, la presidenta de la Asociación de Masectomizadas Santa Agueda, en un programa de televisión. «La población de Huelva vive en uno de los entornos ambientales más contaminados del mundo. Sus aguas, aire y suelos sobrepasan los niveles máximos de polución recomendados por la Organización Mundial de la Salud», asegura Julio Barea, responsable de la Campaña de Aguas de Greenpeace.
El fosfoyeso en un residuo resultante de tratar una roca, la fosforita, con ácido sulfúrico para conseguir fertilizantes agrícolas. La fosforita tiene en su composición metales pesados como arsénico, plomo, mercurio y cadmio que se quedan en esos residuos almacenados en las marismas de Huelva, a las afueras de la ciudad, desde hace más de cuatro décadas.
Según los informes de Greenpeace, la concentración media de uranio en el fosfoyeso es cinco veces mayor que la de un suelo no contaminado. Y la de los otros elementos -Radio, Polonio, etc.- puede ser entre 20 y 30 veces superior.
Las empresas Fertiberia -propiedad de Juan Miguel Villar Mir, que a punto estuvo de ser presidente del Real Madrid-, y Foret, han vertido desde 1968 más de 120 millones de toneladas de fosfoyesos en las 1.200 hectáreas de marismas -más que la superficie de la ciudad- que les concedió el gobierno franquista. Desde la primera, y más grande -1.800 empleos directos- se defienden con un arsenal de informes: «Tenemos dos del CSIC, otros tantos de las Universidades de Huelva y Sevilla más uno del Consejo de Seguridad Nuclear, CSN, donde se dice que los niveles de contaminación están por debajo de lo tolerable. Y, que yo sepa, el señor que ha hecho ese informe para Greenpeace no es una eminencia internacional. Entonces, tenemos muy claro a quién hacer caso: los organismos oficiales españoles», afirma Roberto Ibáñez, responsable de la planta de Fertiberia en Huelva.
En cualquier caso, el resultado de estos vertidos, radiactivos o no, es un paisaje lunar que ha acabado con un espacio natural de gran valor ecológico. El impacto paisajístico en los mismos lugares donde Colón emprendió la aventura del nuevo mundo -Palos, Moguer, el Monasterio de la Rábida- es enorme. La pesca y el marisqueo están prohibidos -«Y menos mal, Platero, que con el asco de los ricos, comen los pobres la pesca miserable de hoy...»- y en toda la ciudad huele a cualquier cosa menos a mar. Es probable, según la Sociedad Española de Neumología, que ese aire, con partículas en suspensión cargadas de azufre y óxidos nítricos, sea el causante de que Huelva registre los mayores índices de asma del país.
«El llamado polo químico de Huelva tiene 16 empresas, a cada cual más contaminante. Hay refinerías, centrales térmicas, fábricas de cloro, papeleras, depósitos de gas, ácido sulfúrico... La mayoría se hacina en la Avenida Francisco Montenegro. Donde antes había varios balnearios. Hoy está prohibido el baño», asegura Juan Manuel Buendía, arquitecto y portavoz de la Mesa por la Ría, la plataforma ciudadana creada contra estas empresas.

’LOBBY’ ECONOMICO

El peso económico de este conglomerado industrial es fundamental para entender el miedo de los onubenses a protestar por esta degradación ambiental. Estas empresas dan empleo a 16.000 familias, lo que equivale a decir que la mitad de la población de la ciudad -150.000 personas- depende del Polo Químico. Su aportación a la economía onubense es de casi 1.000 millones de euros sólo en salarios.
El simple hecho de nombrar la siglas de la todopoderosa Asociación de Industrias Químicas y Básicas, AIQB, en cualquier bar de Huelva provoca un espeso silencio. Y hasta los sindicatos, UGT por ejemplo, ponen el grito en el cielo cuando se alerta sobre el supuesto riesgo hacia la salud laboral que supone para sus afiliados trabajar en estas empresas.
«El auténtico miedo es no tener trabajo. Echa un vistazo a los periódicos para ver quién manda en la ciudad. Todos los días aparecen noticias de estas empresas anunciando sus obras sociales. Desde asociaciones de vecinos hasta de ancianos reciben dinero de ellos», asegura el portavoz de la Mesa por la Ría.
Pérez Cubillas es el nombre del barrio de Huelva que más cerca está del vertedero. «Lo peor son los días
de lluvia. Y cuando sopla fuerte el viento de Levante, casi no podemos respirar. Te empieza a picar la garganta y los niños tosen mucho. Cuando llegué aquí, y veía el vertedero desde mi ventana, creía que eran unas salinas. Hay mucha gente que todavía piensa así», afirma Mari Carmen, vecina del barrio, y cuya madre murió hace seis meses de un cáncer de pulmón.
Precisamente, es la repercusión para la salud lo que empieza a hacer mella en la población. Pocos se creen los datos de los paneles que el Ayuntamiento colocó en las calles de Huelva para informar sobre la calidad del aire que respiran. «Los sensores están mal orientados porque no reciben corrientes de aire. Yo tengo cáncer de próstata y mi primo falleció hace 15 años de uno de pulmón. No sé si será por esta contaminación, pero algo interno me dice que sí. Durante décadas recorrimos marismas en canoas, y cada vez nos daba más miedo mojarnos con ese agua. Es difícil encontrar alguna familia en la ciudad que no tenga que contar una desgracia similar», asegura Alfonso Aramburu, uno de los arquitectos decanos de la ciudad.
A pesar de que el Colectivo Ciudadano por la Descontaminación de Huelva ha denunciado una incidencia mayor de esterilidad, abortos, malformaciones de nacimiento y enfermedades endocrinas, ningún organismo sanitario ha realizado un estudio epidemiológico en la ciudad. Tan sólo el endocrino Francisco López Rueda se lanzó a investigar los 725 casos de una enfermedad tiroidea atípica que afectó a la ciudad durante la sequía de 1995. Los resultados indicaron a los PCBs -compuestos organoclorados procedentes de las fábricas- y plaguicidas con altas concentraciones de metales pesados, como los causantes.
Por si fueran pocos los desastres que acechan a la Ría de Huelva, en 1998 se llevaron allí 7.000 toneladas de material contaminado radiactivamente por el accidente de Acerinox, ocurrido aquel año en la Bahía de Algeciras.
Con este panorama, el futuro de la Ría tiene difícil solución. «Si los organismos oficiales dicen que está todo bien nosotros no podemos hacer nada», asegura José Antonio Candela, jefe del Servicio de protección de la Consejería de Medio Ambiente en Huelva. Fertiberia, por su parte, negocia con el Gobierno español -que acaba de ganar un pleito en la Audiencia Nacional- el momento del cierre de sus instalaciones, previsto para 2016. ¿Que pasará entonces con estos residuos?
Puede que los versos de Juan Ramón, donde el Nóbel refleja el estado del río Tinto, ya no tengan arreglo: «Apenas si su agua roja recoge aquí y allá, esta tarde, entre el fango violeta y amarillo, el sol poniente; y por su cauce casi sólo pueden ir barcas de juguete. ¡Que pobreza!»...
JUAN C. DE LA CAL

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